La afirmación del título me viene como reflexión. Y me ocurre indefectiblemente (joer qué palabreja) cuando acudo al hospital a visitar a algún enfermo.
EL viernes pasado me tocó visitar a la hija de un buen amigo convaleciente de una operación. Cuando me iba me perdí por los pasillos metiendo los ojos en algunas habitaciones. Oí las quejas de algunos niños, sentí las lágrimas de algunas madres. Las enfermeras solícitas atendiendo a unos y a otros. Las habitaciones limpias y todo muy ordenado.
Me invadió tal sentimiento de compasión que se me saltaron las lágrimas. Pero pensé que ojalá esto dure, que sigamos manteniendo y teniendo una seguridad social para todos que es de las mejores de Europa. Que ojalá tengamos buenos gestores que saquen el máximo partido los recursos que ponemos en sus manos. Y que entre todos y todas seamos capaces de aliviar el sufrimiento de quiénes nos necesitan en esos momentos tan duros.
Me sentí orgulloso, no sé muy bien por qué. Supongo que por saber que soy parte anónima de esta historia, que contribuyo a que quienes lo necesitan tengan una atención adecuada y por saber que en esos momentos no estamos solos.
Somos muchos a los que no nos duele pagar impuestos porque sabemos que la mayor parte de ellos se emplea bien.
De la otra parte, de la que se pierde y se emplea en cosas y temas que nos avergüenzan no quiero hablar hoy. Tengo la necesidad de escribir un post conciliador. De darme a mí mismo y dar a los demás la ilusión de que con el tiempo no se pierda ni una sola gota en esa vetusta cañería por la que circula nuestro dinero, y nuestras esperanzas.
Somos nosotros los que hemos de hacer de fontaneros y arreglarla. No nos queda otra.
Un abrazo a todo aquél que quiera recibirlo.
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